Algo de mi... cada gota de mi sangre que te bebes te hace dueño de un fragmento de mi pluma, te enriqueces con cada caricia al aire que mis dedos surcan y pintan mis manos. Y tus manos, párvulas, tan femeninas que parecen casi no pertenecerte, han escrito en servilletas de suspiros nuestros labios, moribundos por besarse. Algo mío va a morir cuando te marches, ya murieron mis poemas en tus pasos, incinero mi pasado y mi presente con la muerte de tu abrazo endemoniado.
Allá entre las hojas, donde el viento posa sus labios pegajosos, y rezuma el cristalino rocío mañanero como lágrimas de tinta indeleble, me agazapo como el corzo ante la fiera. El verde pasto se va tornando rojo, y los lirios, bostezan lentamente, para preñar a los curiosos insectos con su amarillo polen azucarado. Y allí, como un nardo truncado, reposo a los pies del almendro, adormecida, casi fundida tronco y hierba, flor y ramas, difuminando violetas en mi pecho. Sólo aguardo recoger el canto que la alondra derrame en la corriente de ese río cercano: va, fluye, no cesa, se desgrana... como mi vida se desgrana... Y duermo.
Quisiera poder mentirte esta noche solamente y decirte que no me abrazaría a tu recuerdo, pero me duele más saberte en ese mundo de fantasmas que cien agujas hilvanando mis ojos con azufre.
Decirte que no desearía oír tu voz de alambre en la que infinitas veces, sin temores, me he posado, pero me hiere más sentirte resbalar en mis silencios que mil afilados sarcasmos servidos en platos fríos.
Déjame que te mienta, aunque sólo sea esta noche, decirte que no guardaría tus lágrimas en un verso, que no empaparía tu rostro y tus hombros con las mías, que no moriría por ti,