sábado, 14 de marzo de 2009

Y ME TRAERÁN FLORES... (RELATO)

Tanto tiempo en este lugar me hace pensar que el final está cerca. Lo intuyo. No puedo explicar por qué, pero de alguna manera lo presiento. Parece extraño. Me he ido acostumbrando a esta oscuridad, aunque no puedo recordar si siempre fue así. Realmente desconozco el principio y cómo llegué hasta aquí, cómo empezó todo; mi memoria flaquea, viene y va como si no fuese mía, como si nunca hubiese sido completamente mía, como si no me perteneciese, como si sólo fuese un vaivén pasajero que me abandona durante horas muertas. Quizá en esas horas duermo. O hacen que duerma… porque sé que debe haber algo ahí fuera, no sé quién o quiénes, no sé nada, pero lo percibo, y noto cómo me observan, incluso cómo hablan sobre mí como si fuese un extraño. ¡No soy un extraño! ¿Acaso porque no puedo hablarles lo soy? Ellos deben ser los extraños, que me estudian como a un bicho raro sin importarles realmente mi estado. Y me mantienen aquí, entubado, a oscuras, analizándome de cuando en cuando. Y yo, sin poder decir ni una palabra. ¡Que hagan algo por mí! No sé cuánto tiempo más podré soportar esta situación. Si alguien me diese alguna explicación...

Eh, tú…, chica, estás muy callada, llevas aquí casi el mismo tiempo que yo y nunca me dices nada. Ni siquiera sé tu nombre ¿Eres tímida o se te comió la lengua el gato? ¿No me respondes? Eres una aburrida, lo único que haces es cambiar de postura de un lado al otro, despertarte y volverte a dormir, y de vez en cuando, darme la espalda. Menuda compañía me das... ¡Bah! Eres una aburrida, y ¿sabes? no pienso dirigirte la palabra nunca más. ¡Sigue durmiendo, niña tonta!

Me da igual que no me hable ese tipo, no lo soporto. Lleva meses siendo un insoportable, creyéndose el amo de todo lo que le rodea ¡hasta intenta invadir mi espacio y mi intimidad! Yo no quiero problemas, me gusta la tranquilidad, me gusta el silencio, y la oscuridad me hace dormir bien. Creerá el pobre iluso que yo no me angustio estando entubada, casi inmovilizada, y cada vez más incómoda… pero yo no soy tan quejumbrosa como él. Yo no temo el final de este suplicio. Soy mucho más fuerte que ese infeliz, aunque piense lo contrario. Seguiré sin hablarle, así no perderé la calma. Tengo mucho más temple que él, aunque no lo demuestre.

La dormilona sigue dándome la espalda. Estoy acostumbrado a ella y a todo esto que yo llamo silencio, aunque no es un silencio completo, porque siempre hay algún ruido, sonidos que siempre han estado y, que de tanto escucharlos, forman ya parte de nuestra cuenta atrás. Llevo días muy molesto, las uñas me han crecido demasiado y tengo el rostro algo sensible y velludo. Temo pasarme las manos por la cara por temor a hacerme daño, pero ese picor en la piel produce en mí un irreprimible deseo de tocarme. La chica cambia mucho de postura, la noto inquieta, pero sigue sin decir nada. Se mueve y se mueve, como si le doliese algo, como si ninguna posición le fuese cómoda, y como no nos hablamos, la miro, y me callo. A mí me pasa igual, pero yo no puedo dejar de quejarme, porque es como si necesitase espacio, como si me faltase algo que no llego a dilucidar qué es; y doy mil vueltas, y me retuerzo, y me fatigo tanto que me da la impresión de estar haciendo un esfuerzo sobrehumano. Pero todo es en vano. Ambos tenemos limitaciones, ahora somos plenamente conscientes de ello. De no tenerlas, no estaríamos donde estamos.

Estoy perdiendo la noción del tiempo, he engordado, y ella parece que también. Quizá nos hayan medicado. Por cierto, ya no puedo llamarla dormilona como antes hacía, pues ahora siempre está despierta. Y además, extrañamente, ya no tengo vello en el rostro, mas no puedo recordar si alguien me lo rasuró, y de ser así, cuándo.

Todo es diferente ahora. La estancia resulta cada vez menos acogedora, más asfixiante y más insoportable. Noto cómo la chica me mira de reojo, pidiéndome ayuda, suplicante, en silencio, orgullosamente callada. En el fondo me da pena, ambos estamos pasando el mismo trance. A fin de cuentas, yo tampoco le digo nada, ya hace mucho que nos hemos negado la palabra y la mirada. Aunque tal y como están las cosas, si esta cuenta atrás sigue así, tendremos que aliarnos para enfrentar juntos el final de esta interminable agonía. Todo tiene un principio y un fin. No sabemos cómo fue que llegamos aquí, pero el final se acerca. Está demasiado cerca, y ambos lo sabemos… Tengo miedo. Ella también tiene miedo. Aunque no diga nada, lo leo en sus ojos.

Este chico no deja de moverse y agitarse, sus quejidos parecen los maullidos de un gato, y empiezo a ponerme nerviosa. Recuerdo que al principio estábamos separados, cada uno tenía su lugar, nos veíamos desde lejos, pero casi sin darnos cuenta, hemos acabado lado a lado. Eso me desconcierta. Seguramente nos han desahuciado, y por eso estamos ahora más aislados y más juntos. Tal vez para no contagiar a nadie. No entiendo nada, quizá todo lo que pienso sean suposiciones mías... Sólo sé que le miro, creo que él también me mira, incluso en algunos momentos parece que va a pronunciar una palabra. Pero se calla... ¿Y si le digo algo? Sí, le voy a hablar. En este mismo momento lo voy a hacer. Debemos buscar una solución a este encierro, dialogar, llegar a un acuerdo. Hacer un pacto. Hacerlo ya.

La chica lleva razón: si yo, que soy más voluminoso que ella, trato de abrir esa puerta sellada que nos enclaustra en esta sala oscura y aislada de todo, con mi fuerza lo lograré y ella podrá seguirme. Aunque eso puede significar la muerte: desgraciadamente ese maldito tubo que nos ha tenido atados y ha sido nuestra fuente de alimento, a buen seguro se romperá en nuestra huida. Pereceremos en el intento. Aun así, hemos de perseverar y no perder las esperanzas. Tenemos tan poco espacio… No importa. Empecemos pues, empujemos, retorzámonos, usemos todo nuestro cuerpo para romper esa única salida sellada que nos atrapa en esta asfixiante sala oscura. Ya está cerca el final, amiga mía, ¡por fin vamos a dejar de sufrir! Todo está acabando. Y en breve ya no habrá nada, no existirá nada, no recordaremos nada. Esto nunca habrá sucedido porque ya no volveremos jamás aquí, y nadie podrá saber cuánto hemos padecido, y ni siquiera nos traerán flores.…

§ § §

Cariño, ¿cómo te encuentras? Estás guapísima. He hablado con el doctor y me ha contado que todo ha salido a la perfección. Los niños son preciosos. Luis no deja de llorar y es muy inquieto, y Esperanza duerme mucho y plácidamente. ¿Sabes? El parto ha ido así de bien porque los pequeños han ayudado mucho. Seguro que estaban deseando conocer a su maravillosa madre. ¿Te he dicho que te quiero? ¿Y te he dicho que estás guapísima? Sí, eso ya te lo había dicho, pero es que lo estás. La habitación parece un jardín con tantas flores. Aún queda un pequeño hueco, así que dejo aquí estas rosas que he traído para ti.

Ana Mª Álvarez ©

2 comentarios:

juan ballester dijo...

Y te trajeron algo más que flores por este relato...

Enhorabuena.

Adelaida Ortega Ruiz dijo...

¡Vaya! No me esperaba el final...

Pensaba que se trataba de otra cosa.
Me ha gustado mucho, Ana.