viernes, 24 de diciembre de 2010

sábado, 18 de diciembre de 2010

Balance



















Llega de nuevo Diciembre, el mes que contiene más olores, sabores y recuerdos del año. Ese mes en el que todos hacemos propósitos para el año que se avecina, y que casi nunca, por no decir nunca, cumplimos al adentrarnos en él. Diciembre, frío y con olor a castañas asadas en las calles, con niños de la mano de sus padres a la espera de entrar a ver un portal de Belén, a la espera de un Papá Noel que no nos corresponde pues nuestra costumbre siempre ha sido esperar a esos tres Reyes Magos que, en la madrugada del 5 al 6 de enero, nos dejaban los juguetes, regalos e ilusiones en el salón de nuestra casa, o debajo del árbol, o a los pies de la cama.

Mes de añoranzas, en los que todos echamos de menos a ese alguien especial que ya no está, y que nos enseñó a saborear el verdadero sentido de la Navidad.

Yo solía mirar cómo mi madre adornaba el arbolito que solíamos poner en el salón. Lo hacía con esmero, como sólo ella sabía hacerlo; poner los corchos del Belén, pegar estrellas de papel de plata en un cielo repetitivamente azul que pegaba con chinchetas o cinta adhesiva, y colocar las figuritas delicadamente, dejándonos acercar cada día un poco más los tres Reyes al Pesebre, para así anunciarnos la llegada de estos a nuestra casa.

Ahora que ella no está y se avecinan las fiestas, me invade la melancolía y la tristeza; no podrá disfrutar de su primera nieta, mi pequeña princesa, la cual pasará sus primeras Navidades a mi lado. Ella es el mejor regalo que la vida me ha entregado. La miro y es como el Mesías del Portal, dulce, tierna, frágil, y rebosante de amor y bondad.

Ahora que mi madre no está, yo seguiré sus enseñanzas y repetiré todos aquellos recuerdos dulcísimos que me abordan a borbotones con el cercano olor a mazapán y turrón, y mi hija irá atesorando las vivencias que yo le ofrezca para, en un futuro, añorarlas como yo las añoro ahora y, a su vez, repetirlas con sus hijos.

Llega de nuevo diciembre, la Navidad, y con ella, un año que se va...


Sí, el año se va...

Nunca me han gustado los balances, tal vez por mi arraigado amor a las letras y odio a los números, tal vez porque repasar lo pasado, implica recordar no sólo lo bueno, sino también lo malo, traer a tu presente lo que no puedes cambiar, ni borrar, ni deshacer, pero sí evitar en un futuro.

Se va el año... este año 2010 que me ha traído tantas cosas y tantas que se ha llevado; llegó sin avisar, como todos los días llegan, como van llegando todos los años,

como igualmente se van, llevándose con ellos miles de sensaciones, dejándonos tan sólo el sabor de algo que ya no nos pertenece. Y somos tan absurdos que lo festejamos, nos reunimos familiares y amigos para comer como si nunca lo hubiésemos hecho, nos vestimos de fiesta, nos maquillamos de risa, con coloretes de alegría y falsedad, para dar paso a otro nuevo año incierto, con una agenda plagada de buenos deseos, de propósitos y de sueños que tal vez no lleguemos a materializar, pero que nos mantienen con esperanzas.

Otro año absurdo, donde volveremos a hacer balance del anterior, recordando los "debe" de cariño y los "haber" de desidia y egoísmo. Absurdos... como las fechas, como los calendarios, como los días tachados, los domingos en los que no descansas, los festivos que nunca compartes...

Se va el año, este año que me ha traído dolor, soledad, desorden y desapego...

pero que a su vez me ha permitido confirmar que la distancia no es un abismo que separa los corazones de las personas que se quieren, de los amigos que te recuerdan; que me ha envuelto en el calor de mi familia, que me ha permitido volver a estar cerca de mis verdaderos amigos. También me ha traído el amor: amor de madre, amor que me inunda y me convierte en la persona más plena del universo; un amor indescriptible e inigualable que nada ni nadie podrá superar.

Sí, se va el año… y se llevará consigo mi otro yo, el que calló y sufrió, el que dormía con lágrimas y despertaba ajado, el que –aún estando acompañado- estaba solo, el que no recibió el amor que esperaba haber recibido aún a sabiendas que no se puede sembrar en tierra baldía porque nada recibirás de ella.

Llegará el 2011, y lo esperaré con mi pequeñina en brazos, con uvas, con alguna prenda roja, y un anillo de oro o una lenteja dentro de mi copa, engañando a la superstición con la mentira de creerla.

Y la nueva agenda está en blanco, porque los deseos no pueden ser escritos con tinta roja, ni te los recordará un marca páginas cuando llegue el momento de realizarlos. Yacen en el aire, dormitando, o tal vez non natos y sin forma. No los vemos, pero los presentimos, casi los palpamos cuando pensamos en ellos...

Por fin se va el año, año viejo, hacia el arcón del pasado, para algunos siempre entreabierto, para otros cerrado a cal y canto.

Adiós Diciembre. Adiós a este año que casi se despide. Éste año que no empecé a vivir hasta que sentí a mi hija en mis brazos, hasta que no comencé una nueva vida lejos del pasado, hasta que no he vuelto a ser yo misma. Año que no he vivido, pero que sí he sentido.

Ana Mª Álvarez © 2010

jueves, 16 de diciembre de 2010

La espera













En esta soledad de hotel vacío
con muros rezumantes de tristeza,
donde no existe indicio de belleza,
me sumo en mi silencio con hastío.

La espera es lo que torna en desvarío
el halo que tu abrazo despereza;
el sabor de tus besos, la nobleza
de tus ojos mirándose en los míos.

No es pecado, ni infamia, ni delito
quererte. Y de quererte tengo un grito
que mudo se ha quedado aquí en mi pecho.

Vacío está este hotel, triste y maldito,
ansioso de tornarse en infinito
de estrellas que nos cubran en su lecho.

Ana Mª Álvarez @ 2004